La epifanía de la palabra en Enriqueta Ochoa. 
  Una teología personal
  
    The epiphany of the word Enriqueta Ochoa.
  A personal theology
María de los Ángeles Manzano Añorve 
  Universidad Autónoma de  Guerrero,  México
gelamanzano@hotmail.com 
Resumen 
En  esta ocasión analizare un poema representativos de la obra de enriqueta ochoa  (torreón, coah. 1928): “las urgencias de un dios”, escrito en 1950, cuando la  poeta contaba con  solo  22 años, y publicado en 1952. la poesía  de enriqueta ochoa, sin lugar a dudas, tiene  una gran influencia de los místicos españoles y en particular de san juan de la  cruz y santa teresa de jesús, ambos místicos carmelitas de la escuela ecléctica  española.  “las urgencias de un dios” es  su primer poemario publicado. 
en  esta obra, enriqueta muestra una voz con fuerza que despierta el asombro y el  escándalo de las beatas de torreón, quienes furiosas exigen la destrucción del  libro.  el corpus poético de esta autora  se centra fundamentalmente en los temas: la mística, el erotismo y la  autobiografía. su universo conceptual juega a redimir lo vivido en metáforas  sencillas, directas y deslumbrantes. 
en  este, su primer  poema, enriqueta explora  en forma natural e intuitiva sus dudas, temores y rescoldos infantiles sobre la  urgente necesidad de dialogar con un dios, lejano a las enseñanzas teosóficas  recibidas de su padre, muy en boga en esa época, sobre todo entre la burguesía  rural ilustrada de méxico, así como la proliferación de grupos como los  masones, la rama templaria y los rosacruces. producto de tempranas lecturas y  de una gran capacidad intuitiva, enriqueta se sumerge en los asuntos de una  teología personal contraria al método elemental doctrinario de las religiones  institucionalizadas.
Palabras clave: poesía, mística, religión, Dios, erotismo, rebeldía.
  
Abstract
  This  time'll analyze one poem representative of the work of Ochoa enriqueta (Torreón  1928.): "The urgency of a god," written in 1950, when the poet had  only 22 years, and published in 1952. Poetry Enriqueta Ochoa, undoubtedly, has  a great influence of the Spanish mystics and in particular John of the Cross  and St. Teresa of Avila, the Carmelite mystics both Spanish eclectic school.  "Urgencies of a god" is his first published book of poems.
  In  this work, it shows a voice enriqueta strongly aroused astonishment and scandal  of the pious of tower, who furiously demanded the destruction of the book. the  author of this poetic corpus is mainly focused on the themes: mysticism,  eroticism and autobiography. conceptual universe plays redeem what lived in  simple, direct and dazzling metaphors.
  In  this, his first poem, enriqueta explores natural and intuitive way their  doubts, fears and children embers on the urgent need for dialogue with God, far  to the Theosophical teachings received from his father, very much in vogue at  that time, especially between the rural bourgeoisie Illustrated Mexico as well  as the proliferation of groups like the Freemasons, the Knights Templar and the  Rosicrucians branch. product early readings and a great intuitive ability,  enriqueta immersed in the affairs of a personal theology contrary to the  doctrine elementary method of institutionalized religions. 
  
Key words: poetry,  mystical, religion, God, eroticism, rebellion.
  
Fecha recepción: Octubre 2014 Fecha aceptación: Mayo 2015
Introducción
En esta ocasión se analiza el poema representativo de la obra de Enriqueta Ochoa (Torreón, Coah. 1928): “Las urgencias de un Dios”, escrito en 1950, cuando la poeta contaba con solo 22 años de edad. Fue publicado en 1952 a instancias de su tutor literario, Rafael del Río, editado por la imprenta de Manuel N. Lira en una plaquette, y prologada por el mismo Rafael, alcanzando un tiraje de tan solo 1000 ejemplares.
El libro fue catalogado como herético por los curas del pueblo, se  prohibió su venta y se convirtió en un escándalo aunque la gente lo compraba  por curiosidad. A pesar de ello, no se conserva ningún ejemplar. En esta obra  juvenil de Enriqueta, se aprecia no solo su preocupación por su cosmovisión  personal acerca del mundo y la existencia, sino también su directriz poética y  de vida. Enriqueta, desde muy joven, transgredió las reglas de una sociedad  cerrada y mojigata. Con “Las urgencias de un Dios”, arrancó un pasaje  desacralizado de la poesía de su tiempo y golpeó la intolerancia religiosa de la  época.
La poesía esotérica y la poesía religiosa de  Enriqueta Ochoa, sin lugar a dudas, recibió gran influencia de los místicos  españoles, en especial de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, ambos místicos carmelitas  de la escuela ecléctica española. 
“Las urgencias de un Dios”es su primer poemario que fue publicado. A través de él, Enriqueta muestra su fuerte voz que despierta el asombro y el escándalo de las beatas de Torreón, quienes furiosas exigen la destrucción del libro. Así, su padre decide que la joven poeta debe conocer el mundo y la envía a España acompañada por su hermana.
El corpus poético de esta autora se centra fundamentalmente en los siguientes temas: la mística, el erotismo y la autobiografía. Su universo conceptual juega a redimir lo vivido mediante el uso de metáforas sencillas, directas y deslumbrantes. En este su primer poema, Enriqueta explora de forma natural e intuitiva sus dudas, temores y rescoldos infantiles sobre la urgente necesidad de dialogar con un Dios lejano a las enseñanzas teosóficas que recibió de su padre, muy en boga en esa época, sobre todo entre la burguesía rural ilustrada de México, y entre la proliferación de grupos como los masones, la rama Templaria y los Rosacruces.
Producto de tempranas lecturas y de una  gran capacidad intuitiva, Enriqueta se sumerge en los asuntos de una teología  personal contraria al método elemental doctrinario del catecismo pueblerino, y  en la primera línea del poema, la voz poética rompe con la tradición  finisecular del judeocristianismo al afirmar categóricamente lo contrario a la  palabra sellada en los Evangelios. El título de “Las urgencias de un Dios”, tiene un tono desesperado. Como futura  mística, la poeta hace uso de un pragmatismo sui generis, deslumbrante e incendiario.
  Los dos primeros versos del poema inician  con una exclamación, eleva el tono. Es un poema de largo vuelo dividido en dos  partes; la primera es la emocional, la segunda es el discurso conceptual. El  propio título de “Las urgencias de un  Dios” tiene un tono desesperado. 
  Enriqueta  la desgarrada, la expulsada, la huidiza del ser, se siente aherrojada por su  condición femenina, de mujer pensante que decide acceder al conocimiento oculto  antes vedado a las mujeres
  Expresa  su juvenil panteísmo híbrido y oscila entre la rebeldía y la abnegación, entre  la utopía vista bajo la influencia luminosa de su salmo interior de vocación  franciscana que retoma del Islam, el Evangelio y las lecturas de Friedrich  Nietzsche, Rainer María Rilke, Gabriela Mistral, Concha Urquiza, Virginia  Woolf, Delmira Agustini, Emily Dickinson y Alfonsina Storni. 
  Podemos  adelantar que estamos ante una poeta con claros destellos del misticismo cristiano,  influenciada por el pensamiento gnóstico. En este poema se pueden hallar  elementos estilísticos de la tradición salomónica, y a lo largo de él una  estructura paralelística, tan utilizada en los salmos, así como un tono de  religiosidad panteísta.
  Enriqueta  se constituye, a partir del aliento de su verso, y sin saberlo por mediación  del mito de la palabra que se escapa de sus labios, en una sacerdotisa frugal y  dolida por la gestación de una cosmogonía exterior que su mitología personal  transmuta en un lamento y a la vez es preámbulo a cualquier documentación de la  fe. Su verso libre se desata en suaves imágenes reconocibles, pero su acento es  personal. 
  6  No rebusquen más mitos en mis labios.
  7  Soy la furia salvaje de una criatura
  8  abandonada en el monte
  9  sin conocer más padre que el sol que ha requemado mi epidermis
  10  ni más madre que ese lamento gris de tierra
  11  que indefinidamente me derrumba y me levanta.
  Una vez más, la voz poética asume su condición de mujer  bajo la profecía de su desasosiego al continuar en esta estrofa con un canto  sideral. Con referencias bíblicas, enriquecida de sentencias y fulgores tan  simples como que en el principio fue el verbo, el cual glosa con deleite  femenino al pronunciar el nombre de Dios con un verso de once sílabas, casi  profano y místico:
  12 Una  urgencia por Dios toma el vocablo.  
  La  voz poética en esta larga estrofa, poblada de acentos personalísimos, comienza  el evangelio de la desobediencia con un verso que la lleva al suplicio de la  trasgresión:
  
  18  Pero nadie sopló luces de mitos en mi frente
  19  ni se movió en los nervios de mis actos
  20  aprendí de mi abuela a levantar, para mis manos todas las cosas
  21 y fui  solo el bárbaro explorador sin ropas
  22 que  arañando la piedra se trepaba al risco
  23 para  avistar las rutas que indicaba
  24 su  brújula de astros y de olores.
Cabe  destacar que se autonombra con el género masculino, al llamarse a sí misma  explorador y no exploradora. La voz poética retorna a su antiguo politeísmo; se  sabe separada, posee una identidad que la sumerge en ese luminoso universo que  solo alcanza a descubrir cuando se pregunta por Dios y la región que habita.  Con una sencillez deslumbrante alcanza a murmurar con tres líneas desde la  víspera de su rebeldía:
  
  28 –Mi  tierra es la región del embarazo
  29 y  yo soy la semilla donde Dios
  30 es  el embrión en vísperas. 
La metáfora de este verso corresponde a la visión del mundo que tenía en su juventud cuando leía a Rilke, Milosz y obras metafísicas. Es interesante observar el tabú del cuerpo embarazado de la mujer como símbolo de la negación del erotismo femenino, la castidad como esencia erótica de la mujer y su cuerpo como espacio consagrado a la gestación. La matriz como el espacio sagrado de la creación humana y, por ende, de la divina.
Hasta  aquí el poema se desarrolla sin sobresaltos. Cada verso está medido por el  palpitar de la poeta que con sigilo y buena puntería va a la conquista de su  objetivo. No existe complejidad, el verso crece. Cada palabra pesa sin que se  altere nada de su limpidez juvenil. 
  31  ¡Cuánto pasado para llegar aquí!
  32 Para poder estar de pie junto a  las cosas 
  y decir:
  33 –Mi corazón se espiga frente al  mundo 
  34 como  una inmensa lágrima caliente. 
Es evidente la riqueza de imágenes y el sentido metafísico del poema en general. Aquí la voz poética se somete a la diatriba de sus mismos razonamientos. Ella es el pasado que resucita en este aquí y ahora. La Eva sensual y desterrada de Torreón por tener una urgencia dionisiaca y no teológica sobre Dios, declara:
34 como  una inmensa lágrima caliente. 
  35 Pasan  las madres con sus hijos.
  36 Las  parcelas revientan de brotes
  37 y el  espacio nutre un retoño
  38 de  vibrátiles e inmensas dimensiones.
Pero esa urgencia de mitologías y eternidad circular se  convierte en un llamado al deseo, al Eros griego, no al mito judeocristiano que  anula el placer y reivindica el sufrimiento como una vía para alcanzar el gozo  interno con Dios. En siete líneas, la voz poética utiliza como instrumento la  numerología cabalística cara a su padre, se somete a una cartografía sensual en  donde el receptáculo de la creación tiene un equivalente en la amplia cavidad  de su matriz terrestre:
  40 yo  mido la magnitud de mis caderas,
  41 palpo  mis carnes, aguzo el oído finamente
  42 y  confirmo el hecho:
  43 como  ellas yo llevo un fruto en mí. 
  
  Nos habla del embrión del embarazo espiritual que crece  dentro de ella. Esa urgencia reúne deseo y bendición, execración y delirio; vicio  y virtud, negación y dilema ante el misterio mariano de la concepción divina.  Al negarse el erotismo de María, su matriz se convierte en el espacio sagrado  de la creación humana y de la divina. La concepción de María es uno de los  dogmas fundamentales de la religión católica.
  45  “Ficticio anunciamiento
  46 en la  sorda pulsación de un cuerpo estéril”.
La voz poética registra dos versos, el primero es un  heptasílabo donde vocales fuertes y débiles unidas a consonantes crean una  arquitectura pletórica de libertad. Ante la negación del pecado y el acto de  salvación, responde como cualquier mujer a la que le han robado su fruto. 
  47  Qué saben ellos
  48 de  ese recóndito embrión
  49  urgiendo mi presencia bajo un cielo de ruinas.
  
  En  los siguientes versos, la voz poética hace suyo el misterio de la creación y se  lamenta que no entiendan la verdad de su miedo, de su terror.  Con una estructura paralelística y salomónica  enuncia con el poder de quien se siente poseedora de su verdad. 
  50  Qué saben de ese embarazo antiguo gestando desde siglos 
  51 un hijo despatriado que no logra  nacer
  52 ni abortar de mi vientre
  53  cuando resbalo y caigo. 
  
  Buscadora  espiritual, sobrepasa los dogmas. Fue educada en un hogar cuyo padre, figura  central y determinante; él se pronunciaba como librepensador que antes que  inculcarle una religión le proporcionó lecturas que la guíaron a la búsqueda  espiritual.
  Posiblemente  el misterio de la   Sagrada Concepción es una analogía de ese Dios que se encarna  en sus entrañas para el despertar espiritual. El hijo, no el espíritu aún  nonato, ha sido desterrado del paraíso antes de la caída. No se ha cumplido la  posibilidad del aborto con la caída en el pecado original. Porque su gestación  de siglos es la real posibilidad del instante de amor en que por fortuna ha  sido creado en sus entrañas de virgen insurrecta y paridora universal. El  destierro cumple aquí una doble función, la del regreso y la del despertar  espiritual que se gesta en su interior, y de su belicosa virginidad enarbolada  en todo el poema. 
  En los  siguientes versos, la voz poética advierte sobre el origen divino no solo del  Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sino de los principales elementos  ritualísticos del catolicismo, el bautizo, la ostia y la sangre de Cristo: 
  54 Un  hijo falsamente robado y bautizado
  55 en el  narcotizante vino de un río mitológico
  56 que  no acierta a moverse
  57 con  la pesada carga que le asignan. 
  
  Utilizando un acento sálmico conjuga endecasílabos,  heptasílabos y alejandrinos, con una exclamación que subraya lo pesado de la  existencia y de ese fruto de su entraña que es escandalosamente percibido, y  que no es otra cosa que la gestación de Dios en sus entrañas, el misterio mariano  experimentado por la voz poética.
  68  aquella anunciación difusa y primeriza
  69 de  hace siglos,
  70 donde  su presencia apenas si brillaba
  71 con  párvula intuición de imprecisión y azoro. 
En esta estrofa se aprecia de golpe lo arrítmico de su  juvenil poesía, cargada de significaciones y de una límpida sonoridad. Mientras  las primeras tres líneas retumban en el tambor del castellano con terminaciones  más o menos rimadas –por lo general, la última línea es larga, quebrada y  simple–, el discurso de la poeta prosigue con la misma intensidad que al  principio. Enriqueta vuelve al pasado, a su experiencia con el deseo, la  palabra y el mito con un recurso muy propio de ella: su condición de madre.
  77 Pero  eso fue ayer. Ayer,
  78  en el tiempo de las primeras brasas.
Tiempo  mítico es otro tiempo. El de la carne y sacrificio, muy atrás al tiempo del  amor, poesía y deseo. Sin embargo, existe una separación que la impulsa a  declarar:
  79  Hoy todo es distinto. 
  80  Sé mi condición de madre
  81  y de Dios su condición de hijo
  82 de  sucesión, rumbo al futuro,
  83 y un desgajado sol de otoños  dulces
  84  dilata mi corazón y lo revienta en grito: 
El futuro es quizás más soleado. Conoce el misterio de la  creación en el óvalo estéril del útero, pero también se atreve a saber lo que ninguna  palabra ha escrito, el verdadero nombre de Dios. Y al mismo tiempo cree saber  lo inútil de su creencia cuando se percata de su orfandad de madre sin hijo.
  80 Sé  mi condición de madre
  81 y  de Dios su condición de hijo, 
  83 y un  desgajado sol de otoños dulces
  84  dilata mi corazón y lo revienta en grito:
  85 ¡Mi  hijo! ¡Mi hijo!
  86 Con  un temblor de voz que supera todas las ternuras. 
Encontramos un paralelismo que se establece en la reiteración “mi condición de madre, su condición de hijo” y los versos siguientes proporcionan una respuesta a lo anterior. El grito de la madre del Dios que todos llevamos dentro. Ellos, los detentadores de la doble moral, los fariseos de su deseo insatisfecho, le cierran las puertas. Le llaman blasfema y con el arma de la poesía popular los reta:
87 De  blasfemia han tachado mis urgencias.
  88 Dicen  que Dios no reirá jamás entre mis labios
  89 ni  llorará en la cuenca de mis ojos tristes.
Hace uso del antropomorfismo para darle a su Dios  características humanas que le permiten explicar que su urgencia va más allá de  una simple necesidad de creencia, de asidero. Seguirá siendo lo que es,  señalada con dedo flamígero por su condición de mujer dadora de placer  arrebatado. Y a cada señalamiento, una patria de llagas que se convierten en  una hoguera que todo lo devora:   
  
  90 Seré siempre la anónima, la gris, la  desterrada
  91 para quien solo existe por patria
  92 un  índice de estragos y de hogueras.
  
  En estos versos, como en gran parte del poema, retoma el  paralelismo muy utilizado en los libros bíblicos, es decir, la repetición  periódica de determinadas ideas, y produce un ritmo de tipo intelectivo que le  da fuerza y unidad a todo este poema. 
  La  voz poética va al fondo de su creencia, utilizando metáforas sencillas; como  buena aspirante a mística alarga su soliloquio en estas cuatro líneas donde  alterna versos octosílabos y heptasílabos para nombrar a su Dios rebelde,  sumiso y un confidente de su santuario poético que remarca con paralelismo. 
  112 mi  más íntimo compañero
  113 de juegos y de lágrimas:
  114 el  más constante y tierno,
  115 más  rebelde y sumiso.  
  
  Prosigue con una teoría del conocimiento apegada a lo  divino desde los intersticios de la razón y apunta con un paralelismo  sintético, es decir, el segundo miembro paralelo completa el sentido del  primero:
117 Yo  sé lo que le espera al canto en que me espigo:
  118 una  turba de puños indignados demolerán su forma, 
Continúa  con la repetición periódica de ideas y conceptos un tanto herméticos que hacen  que este poema sea complicado. Y para reafirmar su posición de combate, se  lanza al ataque con dos líneas gemelas:
  125 No  me conformo con que digan:
  126 “su  forma es esta; vedada otra estructura”. 
Contundente, reafirma su postura desarrollada durante todo  el poema en un tono menos irreverente pero desde luego fulminante, una  exclamación que le da fuerza a la duda:
  127  ¡Qué débil consistencia de doctrina!
  128 Recordad que Dios es el espejo
  129 más  contradictorio y bifurcado,
  130  acomodado a todas las pupilas.
  131 Yo  lo esculpo a mi modo y le doy forma. 
El  misterio de la trinidad se convierte en una extensión de su propio cuerpo. En  el tejido del poema, se percibe una gran diferencia entre la Virgen y la voz poética. El  mito no solo purifica a María sino que la convierte en un estereotipo de  identidad femenina.
  El  hombre, en su condición de “macho” generador, está exento de pecar, solo la  hembra, la incitadora, peca al saber que en su seno se encuentra la simiente,  producto del pecado original, navegando entre las venas de su sangre. Y para  concluir su concepción mariana terrenal, apunta:
  136  Imposible.
  137 El  concebir y el cantar no hay que velarlos.
  138 Hay  que danzar con ellos a la luz del día
  139 y a  la obsidiana luz de la alta noche.
  140 Yo  no puedo evitar mi índole espontánea:
  141 soy  una cascada de torsos al desnudo. 
  
Y en cuatro líneas reiterativas de su desnudez revelada, vuelve al tema para deslumbrarnos con un acertijo en donde un cascabel mineral se ocupa del verbo para gritarle a Dios, que es su hijo. La voz poética va dándole fin a su discurso sobre Dios. Ella es la hembra paridora universal, y desde la poesía crea el mundo que la ha de salvar de la realidad asfixiante:
147 he  puesto un cascabel de mineral rojizo
  148 que  a cada paso grita a Dios: ¡Mi hijo!,
  149 y  establezco mis propios cánones y salmos,
Y para confirmar su teosofía personal recurre a la negación  como principio de razón suficiente, pero no acepta que le nieguen su derecho  existencial a padecer vacío y la omnipresencia de un Dios construido a imagen y  semejanza de su aspiración de libertad:
  
  150  no me dejo llevar
  151 ni  me dejo negar
  152 ni  escondo la vereda
  153 ni me humillo el rostro
  154  cuando otros le nominan “Padre”, “Artífice”, 
Y con el “ni” como anáfora, remarca su rebeldía temprana y  espontánea, y en la línea final hace un recuento de su bagaje personal y  doctrinario: no es el padre, ni el “artífice” o el gran arquitecto de la  masonería, es el hijo que en forma de extensión de la vida fluye hacia lo  terrestre y una vez más se niega a proclamar el origen de su angustia, perdida  en mitologías y fábulas a lo divino que le permiten seguir viva:
  155 ni  les digo el origen de mi grito
  156  porque no creerán en la sobrevivencia.
  157  Perece el padre, sobrevive el hijo.
  158 El  último es eterno:
  l159  lora en el niño antes de hacerlo hombre,
Por su condición de madre negada, este poema es un canto de amor al hijo. Al negar al padre, afirma al hijo. Zeus comiéndose a sus hijos sería la contraparte de la poesía de Enriqueta. Ella, cándidamente afirma que solo el hijo es eterno. Y esa eternidad del hijo es una carga para el niño en proceso de convertirse en hombre.
La voz poética concluye que el nombre de Dios es impronunciable, en la tradición talmúdica las letras de su nombre están vedadas a los no iniciados. La poesía es un vaso comunicante por mediación del cual, el nombre de Dios es pronunciable. En ella, su presencia es una conjunción manifiesta en estados poco comunes a místicos y alucinados. Vuelve a la metáfora del movimiento y la parábola de las brasas –que nada tienen que ver con el fuego del infierno–, que por la palabra tiene relación directa con Dios.
169  Miradme aquí cómo al tratar su nombre
  170 danzo en una resurrección
  171 de brasas removidas
  172 y  siento sus latidos sonándome en el pecho. 
Utiliza símbolos e imágenes deslumbrantes que le imprimen fuerza y certeza a la estrofa anterior e inicia con una pregunta retórica en la siguiente estrofa:
173 ¿Cómo negar al hijo que florece?
  174 No  he aprendido a ocultarle
  175 ni a  decir que me pesa, aunque me acusen
  176 de  agotarme su largo nacimiento.
La  pregunta retórica reitera la interrogante  principal de este poema. La divinidad (el hijo) se va gestando en su vientre.  No lo niega. Una vez más, la poeta es el atanor donde se forja lo divino y  florece.
  
  177 ¿Por  qué habría de ser?
  178 Él  no me obliga a prescindir de nada.
  179 Su  floración es natural y simple
  180 y si  bien estos ojos vidriosos se me pierden
  181 tras  un vago rumor inaprehensible
  182 y a  menudo descanso en el camino
  183 y  acaricio su forma por mi vientre,
  184  también puedo agitarme
  185 y retozar a pie descalzo el monte vivo  
  186 y  hago correr sus pies entre mis piernas
  187 y  hundo mis manos en la tierra firme
  188 y  bebo el agua corriente de los ríos
  189 y  desnudarme al sol.
Al reconocer la existencia del hijo, también parte de que  ese ir creciendo no perdona al dolor su albedrío. Se sufre, pero también se  goza. El hijo se funde con los elementos a través de la madre. Sus pies corren  entre sus piernas. Y por mediación de la madre, el hijo hunde su cuerpo en la  tierra. Su panteísmo tectónico se agudiza al fundirse con los elementos,  tierra, agua y el fuego.
  191  Porque no me gustaría que el que pasara viera
  192 mi cabeza quebrada sobre el pecho,
  193 ni  quiero para él un enfermizo rostro
  194 de  Dios encajonado
  195 en  estancias oscuras y severas. 
Ante la visión del Dios flagelado, la voz poética lucha por  un Dios terrestre. Un Dios a imagen y semejanza del hijo que padeció cuarenta  tentaciones en la noche oscura del huerto. Un Dios cognoscitivo y no revelado  que sepa distinguir al sol, al astro, al viento y, usando la metáfora de  William Blake: que conozca la inexacta diferencia entre un grano de arena y la  montaña:  
  196  Quiero que muerda el corazón del mundo,
  197 que  sepa del sol,
  198 de  los astros, del viento,
  199 de  lo grande y lo mínimo.
  
  En los símbolos  reside la esencia de su visión poética, traduce de manera magistral a su modo  personalísimo de mirar la realidad.
  Un Dios–hijo. Perfecta anatomía divina que crece y brota de  su vientre con empeño y fortaleza. Que rompa las ataduras, la cárcel del  cuerpo, un Dios–hijo liberador de todo cuanto nos ata al mundo subjetivo del  mito. Un Dios–hijo sumergido en su propia epifanía. Una epifanía que rompe  cualquier idea mal puesta y restituye a la materia su condición primigenia,  mudable e infinita:
200  Quiero en Dios al hijo que creciendo
  201 en  plenitud reviente al cerco falso
  202 y  destruya las fronteras
  203 y la  celda ficticia y demudada
  204 del  concepto y la carne.
Ante la mirada del confesor de su pueblo, la voz poética aclama a su Dios. En la redondez de su vientre estéril, materia prima del espíritu y del alma. Aquí el poema adquiere su circularidad. El misterio de la concepción, tratado a través de la poesía de Ochoa, le imprime al poema un sello hermético. Por eso su creacionismo es la antítesis de cualquier atributo de Dios. Ahora bien, ¿a cuál Dios se refiere? Por las lecturas tempranas de la Biblia es al Dios del catolicismo y por las enseñanzas de su padre, al gran Arquitecto del Universo, o al Dios que pacientemente va gestando en su interior como un acto de rebeldía, y que por graciosa analogía escoge el fondo de su matriz y de su vientre para gestarlo con rebeldía innovadora.
205 Lo  quiero levantando su imperio al aire libre,
  206  desnudo, limpio, imperturbable y sano,
  207  respirando hondo y fuerte
  208 del  aliento rotundo de la tierra. 
Este poema extenso, hermético y complejo está escrito en verso libre, en donde abundan imágenes y metáforas, paralelismos y anáforas como lo demostramos a lo largo de este apartado. Un poema que nos confirma un tema recurrente de la obra de Ochoa: el erotismo y misticismo.
Bibliografía
  Ochoa, Enriqueta (1950). Las urgencias de un Dios, Ediciones  Papel de poesía / Miguel N. Lira, México.
  Alonso, Dámaso (1963). Poesía española. Ensayo de métodos y  límites estilísticos, Gredos, Madrid.
  Beristáin, Helena (1989). Análisis e interpretación del poema  lírico, Instituto de Investigaciones Filológicas, México.
  ––– Diccionario de retórica y poética (1992). Porrúa, México.
Rahaner, Kart y Hebert Vorgrimler (1970). Diccionario  teológico, Ed. Hérder, Barcelona.
Sociedades Bíblicas Unidas (1999). Santa Biblia. Antiguo y  Nuevo Testamento, Corea.